¡Hola!
¿Qué creéis que me ha pasado?
Pues mirad; me fui a dar un paseo por el bosque (había llovido un ratito antes y se respiraba una brisa deliciosa) cuando me encontré con una casa. Tenía su tejado, sus ventanas y su puerta pero no era una casa como las demás: estaba hecha de trufa, nata, piñones y chocolate fondant. Así, como lo habéis leído. El caso es que llamé a la puerta y, ¿quién abrió?
Sí, una bruja. Porque, si alguien vive en una casa tan deliciosa como esa, debe ser una bruja. Y, claro, vestía de negro, llevaba gorro picudo, su piel era verde y tenía un lunar peludo en la nariz. Yo me asusté porque, entre tú y yo, las brujas suelen ser malas. Pero resulta que esta era buena y amable. Como casi era la hora de comer y estaba preparando un cocido, me invitó y yo acepté muy gustoso. Oye, ¡y qué rico le salió!
Hablamos y hablamos. Ella me contó muchas cosas pero, sobre todo, que ya estaba un poquito harta de que todos pensaran que las brujas eran malas Como ocurre con las personas, unas son buenas y otras no tanto.
Luego me enseñó sus libros de conjuros, jugamos con un gato negro y nos zampamos unos churros con chocolate para merendar. Hemos quedado en que, el domingo que viene, ella se pasará por mi casa y yo le cocinaré un huevo frito con patatas, también fritas, y veremos una peli de superhéroes, que me ha dicho que le encantan.
Os dejo un retrato suyo.
¡Felices lecturas!