Tres, dos, uno, ¡cero!
El astronauta, con esmero,
va a la Luna
y, con fortuna,
aún más lejos.
¡A Saturno, por lo menos!
Cruzando por un agujero negro.
O a Neptuno,
que allí no ha ido ninguno.
Y, ya puestos, si le da la gana,
quizás vaya a otra galaxia.
Pero no a una cualquiera.
¡A una muy, muy lejana!
Donde haya hombrecitos grises
y cabezones.
Dales recuerdos.
Y besos.
¡Y muchos achuchones!