Hoy voy a hablaros de mi libro Mi vecino, su robot y yo.
Narra la historia de un niño que se hace amigo de un vecino, ese vecino raro que hay en toda comunidad, y que, no solo tiene un secreto fantástico en forma de robot, si no que no es, ni por asomo, la persona que todo el mundo cree.
Ahora bien, ¿cómo se me ocurrió esta historia?
Bueno, lo primero de todo, lo del robot viene porque soy un fan total y absoluto de La Guerra de las galaxias (sí, eso que ahora llaman Star Wars y que queda muy chulo porque en inglés suena cool) Los robots me encantan, me fascinan y quería crear una historia donde hubiese uno. Eso está genial pero, ¿cómo incluirlo? ¿En una guerra galáctica? ¿En una invasión fatal para el ser humano?
Pues no.
Se me ocurrió algo mucho más sencillo: una comunidad de vecinos. Sí, como la tuya o la mía. Fijo que ahí cualquiera espera encontrarse con el ascensor roto, la caca del perro de alguien o la bicicleta de alguno en mitad de ninguna parte pero no con un robot. Vale, pues tendría que estar oculto, escondido. ¿La razón? Ahí está el libro para que lo sepas 😂😂😂😂😂
Y, ¿quién puede construir un robot y guardarlo en una comunidad de vecinos? Pues un tipo muy raro y, también, muy inteligente. Tanto que elige esconderse él también de otras personas más malas y, seguro, menos inteligentes. Y es que a veces ocultarse es lo mejor.
Ahora bien, ¿de dónde viene lo del vecino raro?
De mi propia infancia.
Recuerdo que había un vecino, al que voy a llamar señor A (todos le conocíamos como señor (apellido)) que tenía una fama de raro en el bloque muy, pero que muy grande. Tenía poco pelo blanco a los lados de la cabeza y un bigotito muy bien recortado, como un actor de otra época. Era extremadamente amable y educado, hablaba a toda velocidad y vestía que daba gusto. Pero, por alguna razón que sigo sin entender, nuestros padres (los míos y los de todos los niños del bloque) nos decían que era un señor muy extraño y que era mejor no tratar mucho con él. Lo repito: no tengo ni idea.
Era un tipo de lo más peculiar. Solía contarte historias según como te llamaras con una sonrisa de oreja a oreja y, lo digo de nuevo, muy, pero que muy rápido. Imaginad, con mi nombre, la de veces que me soltó eso de "... Te llamas como el pueblo de Dios...", a lo que había que añadir un par de palmaditas en la nuca.
Pero... Ahora que lo pienso... Sí, tenía sus particularidades.
Y es que el señor A daba el cante en todas las reuniones de vecinos. Recuerdo que, en una de ellas, se debatía que algún gamberro se dedicaba a arañar las paredes del ascensor y él se ofreció a descubrir al culpable.
Una tarde/noche, volviendo de la calle (en aquellos tiempos remotos jugábamos en la calle), me lo encontré en mitad de la escalera, a oscuras, en batín rojo brillante y con una radio en la mano. Salió de la nada, así que me pegó un susto considerable. Me saludó muy educado, hablando a la velocidad de la luz y me dijo que estaba esperando cazar al culpable.
No me preguntéis cómo pero el tipo lo descubrió. Aún así, el comentario por parte de nuestros padres de "... Si ves al señor A, deja que se vaya primero en ascensor" seguía ahí.
Otro día, el vecino se acercó a nosotros (que estábamos a lo nuestro en la calle) y nos dijo que mirásemos a una señora que pasaba por allí. Luego nos advirtió de que la susodicha señora movería (creo que un brazo o una mano) del modo que él nos iba a indicar.
Y la señora lo hizo.
Luego nos dijo que un señor iba a cruzar la calle y, ¿qué pasó?
Que el señor cruzó la calle.
Vamos, que el señor A que presumía de que tenía poderes. Y no, no es un modo de hablar. Y tampoco lo ocultaba.
Tanto fue así que, años después, el bueno del señor A se convirtió en una especie de invitado especial al que recurrir en un programa que, allá por los noventa, tuvo mucho éxito y se llamaba Al Ataque, y decía que tenía poderes mentales y que podía hacer que el Real Madrid perdiera la Liga. Imaginad el bote que di en el sofá cuando i al vecino del séptimo en la tele. Los reporteros del programa iban a su casa y él salía en batín, muy serio y hablando a toda velocidad. Sí, la gente se reía, pero yo me acordaba de lo de aquella señora que movía el brazo y del señor que cruzó la calle.
Así que, cuando decidí inventar a un vecino raro, tuve al señor A en mente. De hecho, lo tuve siempre ahí; tan solo era cuestión de encontrar una buena (al menos eso creo yo) historia donde incluirlo.
Por ley de vida, el señor A hace muchos años que se fue. Estoy seguro que nunca imaginó que un vecinito suyo, ese rubito con el nombre bíblico, escribiría un libro y se inspiraría en él para su protagonista.
O... ¿quizás sí?
Pues esta es una de las historias tras Mi vecino, su robot y yo. Hay más. ¡Muchas más! Espero compartirlas con el tiempo. He empezado por esta porque, la verdad, me parece curiosa incluso a mí.
Espero que os haya gustado. O, al menos, parecido interesante.
O ¿rara?
PD: el Real Madrid no ganó la Liga durante un par de años. Justo los que duró el programa Al Ataque. Podéis comprobarlo si queréis...
Mi vecino, su robot y yo.
Autor: Israel Campos.
Ilustradora: Iris Amaya.
Colección calcetín, número 149.
Algar editorial.
